lunes, 3 de julio de 2017

Que ocurrió con todo ese entusiasmo con el que se contaba. Era real. Te podía mantener un día entero conversando en un bar con lucidez y alegría. Podías llegar a tu casa a comer algo ligero y acostarte a leer. Podías disfrutar de una rutina simple. No existía la soledad. Todos estaban dispuestos a conversar alrededor de una botella. En que punto la existencia se volvió opaca, No hablo de desconocer la obscuridad. Hablo de la opacidad como norma, como ausencia de brillo, como imperio de la tristeza. Soy un poeta que no supo envejecer, un poeta infantil, una caricatura agotada hace tiempo, y ante aqueya extinción, me recrimino hace tiempo el no haber terminado de existir. He aguantado suficiente esta continua degradación, no se porque lo soporto. Detesto las ocupaciones vulgares, hallo vulgar cualquier forma accequible de ganarse la vida. Detesto la ciudad pero ya no se vivir sin ella. No veo otro escenario que soporte esta enfermedad, ni siquiera me inmagino en otro barrio, le tengo terror a la mudanza, vivo a puertas cerradas, de espalda al mundo y veo como las cosas pasan.

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