viernes, 24 de marzo de 2017
Reviso lo que he escrito estos últimos días y noto que se vuelve repetitivo hablar del alcohol, se con certeza que alcohólico no soy, conozco el padecimientos de quién no bebe por elección. Si alguien leyera estos papeles personales, podría pensar que de joven solo leí al gran Bukowski y aquello resumiría mi educación literaria. y claro, lo leí y me hice cartero, bote sacos de correspondencia en las quebradas del puerto. Pero por suerte he leído mucho más, leí a Lowry sentado en una piedra, sentí su hedor y las camisas se pegaron en mi espalda; me gustaría ser cónsul en Cabo Verde. Mis expectativas son altas, más altas que los cerros porteños y mucho menos que las montañas explosivas. Para variar un poco, podría contar algo más íntimo, contar por ejemplo que soy incapaz de escribir sin el corrector ortográfico, o contar que no entiendo la mayoría de las letras en ingles. Podría contar cosas lejanas al anecdotario del exceso. Pero hoy no será la excepción, hoy subí un cerro y lo hice bebiendo gin con gin desde el primer escalón junto a mi hermana, el asenso se hizo cada vez más empinado y al mismo tiempo más liviano. Nos reímos a carcajadas y nos encontramos. Fuimos austeros, sibaritas y elegantes. me gustaría narrar algún fragmento de lo que hablamos, pero mi visión esta borrosa por la ginebra y apenas distingo los caracteres del teclado.
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